domingo, mayo 20, 2007

THE WICKER MAN o TOMÁS MORO DEL REVÉS.

Ante todo querría aclarar que voy a hablar de la versión clásica dirigida por Robin Hardy, y no al remake dirigido por Neil Labute y protagonizado por Nicholas Cage (versión que mis principios me impiden padecer... digo, ver).



Es THE WICKER MAN una película casi desconocida en España, no ya porque nunca se haya distribuido (responsabilidad de nuestros delictuosos distribuidores, que mientras olvidan ésta y otras joyitas, nos castigan con bodrios como SOÑANDO, SOÑANDO, TRIUNFÉ PATINANDO), sino porque 1) es una de las últimas obras estimables de una industria, la británica, que estaba entrando ya en coma profundo, pasando bastante desapercibida; y 2), siempre se ha considerado que pertenecía a un género, el fantástico, que en España nunca ha conseguido superar los muros del guetto intelectual, muros muchas veces erigidos por los propios encerrados en su interior, que se obstinan con ahínco en evitar que, o bien entren influencias externas, o bien salgan al exterior obras "suyas" para que puedan ser disfrutadas por el público infiel y pagano que no adora a Fisher o Carpenter. Muchas veces el peor enemigo del fantástico es el fan cerril.

Esto último resulta tanto más irónico, cuanto que THE WICKER MAN no es en absoluto una obra fantástica, antes bien, es una cruel sátira swiftiana que lanza dardos envenenadísimos contra la sociedad británica, aunque buena parte de su contenido es extrapolable a cualquier país, mérito de su guionista Anthony Shaffer (autor también de LA HUELLA), que nos hace olvidar la plana y sosilla dirección de Robin Hardy.

La trama transcurre, como la UTOPÍA de Tomás Moro, en una isla ficticia, llamada Summerisle (literalmente, "Isla-del-verano", clara alusión a su carácter edénico). La película comienza, de hecho, con un burlesco rótulo que agradece a "The Lord Summerisle and the people of his island off the west coast of Scotland for this privileged insight into their religious practices". Shaffer no pretende hacer pasar por verdadera una localización tan evidentemente quimérica, sino dejar patente desde el primer momento una ambientación, una localización que representa el culmen de la periferia respecto de la Gran Bretaña urbana. Darryl Jones, en su libro "HORROR: a cultural history in books and cinema", dedica un capítulo entero a tratar la idea de lo "no-británico" en la narrativa y cine de género como corporeización y portador del Mal, y cómo esta idea se plasma frecuentemente en la concepción de las zonas periféricas del Imperio (Irlanda, en las historias de LeFanu; Gales, en las novelas CANDLELIGHT o LA GUARIDA DEL GUSANO BLANCO, o en la película de Whale EL CASERÓN DE LAS SOMBRAS; y Escocia, sobre todo debido a las numerosas adaptaciones más o menos fantasiosas que trataron de la vida criminal del highlander caníbal Shawney Bean) como zonas en las que perviven supersticiones y ritos paganos, antítesis de la britanidad culta y cristiana.
Anthony Shaffer continúa esta tradición exacerbando el carácter excéntrico de Summerisle: no sólo pertenece a la periférica Escocia; además es una isla "off the west of Scotland", es decir, más alejada incluso que las islas Shetland o las Hébridas. En resumen, es la periferia de la periferia. Y a esta isla, buscando a una chiquilla desaparecida, Rowan Morrison, llega el representante prototípico de la autoridad gubernamental (y tiene que llegar en hidroavión, dado el aislamiento del lugar): el sargento de policía Howie, que además de destacar cada dos por tres ante los lugareños que él viene de la "mainland", es decir, de Tierra Firme, es un puritano convencido. Ciertamente es un personaje que se hace antipático por su rigidez dogmática, a pesar de estar adornado de virtudes como un cierto coraje, la decisión y tenacidad.
Las primeras pesquisas del sargento son infructuosas, ya todos dicen desconocer quién sea la niña desaparecida; la propia madre dice no tener ninguna hija llamada Rowan y, ante el asombro del policía, le muestra a la hermana menor diciendo que es su única descendiente. Pero el primer contacto real con las peculiaridades isleñas lo tiene en la posada del pueblo, donde los lugareños saludan a la hija del posadero (una sensual Britt Ekland) con una canción obscena, ante la sonrisa condescendiente de su propio padre. La posada está adornada con numerosas fotografías de las diferentes cosechas de Summerisle, principalmente manzanas (producto por el cual es famosa la isla) y, sin embargo, la cena que sirven al policía se compone de verduras envasadas, y no hay manzana para postre, sino... melocotones de lata. Más tarde, decidido a explorar el pueblo por la noche, el sargento se encuentra con la imagen blasfema de varias parejas de jóvenes fornicando en el cementerio del pueblo (salvo una mujer desnuda que llora, desconsolada, sobre una tumba). Si tenemos en cuenta que la juventud isleña hace gala de unas melenas y de unas ropas, digamos, coloristas, podríamos pensar que lo que se nos muestra es la idea limitada y torticera que una mentalidad conservadora tendría del movimiento hippie. Vuelve el sargento turbado a la posada, sólo para contemplar desde su ventana cómo un personaje que se mantiene en la sombra llama a la hija del posadero y le hace entrega de un joven para que ésta lo desvirgue.
Las sorpresas continúan al día siguiente. El sargento Howie, buscando pistas sobre la niña desaparecida, se dirige al colegio del pueblo (en un anacrónico carruaje), y por el camino contempla a la población de Summerisle dedicada a varios ritos paganos de fertilidad. Así, ve a mujeres desnudas brincando sobre una fogata para ser fértiles, y a los niños del pueblo danzando alrededor del Poste de Mayo (antigua tradición popular que celebraba la llegada del buen tiempo). El policía, cuya moral puritana le hace abominar de cuanto ve, no sale de su asombro cuando en el aula infantil la profesora explica a a las impúberes alumnas que el Árbol de Mayo es un símbolo fálico. El sargento Howie, después de exclamar si es que acaso esas niñas no saben nada de Cristo (y la cara de extrañeza de las chiquillas al escuchar ese nombre que no les suena de nada es antológica), procede a preguntarles por Rowan Morrison, sin resultado. Obstinado, rebusca en todos los pupitres hasta dar con la lista de la clase que la maestra guarda, y en la que sí aparece el nombre de la desaparecida. La maestra decide entonces llevar al sargento fuera y le explica que en la isla se cree que cuando alguien muere su alma va a parar de nuevo a las aguas, los árboles, al aire. El sargento pregunta si no les instruye en la verdadera religión, y lo que la maestra replica que les resulta más difícil a los niños creer en la resurrección al fin de los tiempos, que en la reencarnación, para espanto de nuestro protagonista. Es precisamente su propia obsesión religiosa la que hace que el policía crea a la maestra, tan convencido está ya de la depravación pagana de la isla, y no se percata de que tal vez haya otros designios tras la misteriosa desaparición de la niña Morrison.
A continuación decide visitar al gobernador de la isla, Lord Summerisle (el magistral Christopher Lee en una de sus mejores interpretaciones), el cual le explica el origen de las prácticas paganas de la isla, además de obsequiar al espectador con algunas de las mejores líneas de diálogo de la película, envenenados dardos al cristianismo. Así, cuando el sargento vuelve a su tema recurrente de por qué Lord Summerisle ha dejado desaparecer el culto cristiano, éste contesta colocialmente que el Dios de los cristianos “had His chance […] and blew it” (traducible como "tuvo su oportunidad, y la cagó"). El sargento Howie no ceja y continúa diciendo que las prácticas paganas son un conjunto de paparruchas y un sinsentido, a lo que repone Christopher Lee que no lo es más que creer en Cristo "He himself the son of a virgin impregnated, I believe, by a ghost". Mas, al fin y al cabo, ¿de dónde proviene este retorno al paganismo? Lord Summerisle mismo explica cómo su abuelo, un reputado perito agrónomo de la época victoriana, llegó mucho tiempo atrás a la isla, por aquel entonces una isla baldía e inhóspita en la que sus habitantes malvivían de la pesca, a pesar de contar con una tierra fértil. El abuelo Summerisle, dispuesto a crear un Edén, y para conseguir que los isleños le ayudasen en la tarea de transformar el paisaje, introduce una mezcla sincrética de viejos ritos paganos relacionados con la fertilidad y la sexualidad, con el doble objetivo de implicar ideológicamente a sus asalariados en el éxito de la empresa y, de paso, tenerlos más contentos y tranquilos que con el cristianismo que en todo ve pecado y blasfemia (y el propio sargento es una buena prueba).
Después de su infructuosa charla con Lord Summerisle, nuestro policía visita al médico de la localidad para buscar el certificado de defunción de Rowan Morrison. Para su asombro, aunque el médico le asegura que la niña murió por enfermedad, también le informa de que no hay certificados de defunción en la isla debido a sus peculiares creencias religiosas. Extremo éste que se ve desmentido cuando el sargento va al registro municipal y comprueba que SÍ se archivan las defunciones... salvo la de Rowan Morrison. La conclusión es clara, Rowan Morrison está viva. ¿Pero por qué? Instado por lord Summerisle, tras una nueva visita al mismo, el sargento Howie va a la biblioteca municipal a buscar información sobre el festival de primavera que se celebrará al día siguiente. El policía no puede dar crédito a lo que lee: tras un día de celebración, se sacrificará a los dioses paganos una víctima pura. ¡Para eso guardan a la niña!
Más tarde, ya de noche, una dura prueba aguarda al sargento. Britt Ekland, la hermosa hija del posadero (y que duerme pared con pared) baila desnuda en su habitación y canta una sensual canción, invitando al sargento a acostarse con ella, mientras golpea las paredes y diversas partes de su cuerpo. A duras penas consigue mantener el control y sobreponerse al cántico de las sirenas.
Ya al día siguiente comienza una frenética búsqueda de la niña por las calles del pueblo, ya en plena celebración, con los lugareños enmascarados, lo que crea una dificultad añadida. Así que al sargento no le queda más remedio que dejar inconsciente al posadero, vestirse en su lugar el disfraz de Polichinela que éste debiera vestir en la gran procesión pagana, e intentar salvar a la niña de una muerte cierta. O eso cree nuestro protagonista, que no tardará en enfrentarse al hombre de mimbre...

Tras el primer visionado de la película es fácil percibir un primer nivel de lectura, una feroz crítica a la religión en general. Para Shaffer queda claro que el pensamiento religioso es en general pernicioso, independientemente de la forma concreta que adopte.
El cristianismo del sargento Howie es un cristianismo integrista, incapaz no ya de comprender, tan siquiera de aceptar cualquier cosa que se salga de su estrecha perspectiva, obsesionada con el pecado (especialmente la lujuria). Es precisamente el obcecado puritanismo del sargento Howie el que le impide interpretar correctamente lo que observa en la isla: él sólo ve perversión pagana y lujuria desbocada en la desenfrenada sucesión de ritos de fertilidad que practica la población, incapaz de conectarlo con el hecho evidente de que una isla famosa por sus cosechas tenga que recurrir a verduras enlatadas para comer, o que no haya ni una de sus afamadas manzanas. Tales ritos no son más que desesperadas rogativas de unos fieles que esperan que la divinidad devuelva la feracidad a sus campos, iguales en intención a sacar al santo de la iglesia para que llueva; y del mismo modo que se saca al santo tantas veces como haga falta, los isleños practican incesantes sus ritos de fertilidad (fornicar sobre las tumbas, saltar hogueras en cueros, bailes alrededor del Palo de Mayo) con la esperanza de que tarde o temprano la cosecha vuelva a ser abundante. Convencido de su superioridad moral sobre los isleños, el sargento Howie no sospecha que entre las obvias contradicciones de los isleños respecto a la suerte de la niña haya más que mentes depravadas por el paganismo, incapaz de ver cómo estas pistas le llevan de un lado a otro al paso al son que toca Lord Summerisle; como son paganos, en resumen, para el sargento Howie no pueden ser inteligentes. Es su puritanismo rígido el que le impide comprender la terrible verdad del festival de primavera, sin duda porque para él, lector de la Biblia, todo pagano debe sacrificar niños a su Baal particular, aunque en el libro que lee en la biblioteca se explica todo sin ocultarle nada. Su rigidez moral le impele a rechazar los favores de la isla del posadero, ya que el sexo lleva a la perdición, cuando en esta ocasión es al revés, ceder a la carne hubiese sido su salvación, como hubiera podido deducir del libro si no lo hubiera interpretado a través de sus propios prejuicios.
Pero la religión pagana tampoco sale mejor parada. Los isleños son, a su modo, tan fanáticos como el sargento Howie, ya que practican con constancia digna de mejor causa unos ritos de fertilidad inútiles (como sabremos más adelante por Lord Summerisle, hace ya tres años que las cosechas son malas, y empeorando cada vez más), y, convencidos de que su religión es verdadera, participan con alegría y convicción en la barbaridad final, porque es lo que los dioses quieren, sin que Lord Summerisle (que sabe que las cosechas son malas porque el suelo está agotado por la agricultura intensiva, y que no hay milagro que lo arregle) haga nada por desengañarles, ya que su status como líder y gobernador de la isla depende precisamente de su condición de sacerdote supremo en Summerisle, y no puede destruir el paganismo sin destruir al mismo tiempo su posición de mando en la sociedad de la isla.
El mensaje es, pues, claro. No hay religión buena.

Pero también hay una segunda lectura: Summerisle es una visión metafórica de la propia Gran Bretaña, una UTOPÍA pervertida. De una isla donde Tomás Moro prefiguraba una sociedad perfecta sin los defectos de aquélla inglesa en la que vivió, vamos a dar a otra, creada por Shaffer, donde se nos muestran esos defectos aumentados y en primer término. Summerisle, una sociedad ubicada en una isla (como la propia Gran Bretaña), permanece ajena a toda influencia del exterior, continuamente vuelta hacia sí misma y sus propias tradiciones. Es, a primera vista, un lugar paradisíaco, lleno de verdor y hermosura, aunque realmente la tierra se esté volviendo baldía, y donde la mayor parte de la población es ruda e ignorante, y que pasa la mayor parte del tiempo en la taberna. Al igual que el Reino Unido, también en Summerisle el supremo regente es al mismo tiempo cabeza del gobierno y de la religión, su puesto está legitimado y justificado por la divinidad, pero al mismo tiempo, es precisamente la necesidad de conservar ese poder, o el temor a perderlo, lo que hace que el gobernante se niegue a eliminar los errores de sus ciudadanos; es, a un tiempo, detentador y prisionero del poder. Una religión, además, implantada por un concreto cálculo político y económico, que es mantener una estructura social jerarquizada y estable, firmemente sujeta en manos de la dinastía Summerisle (y no es casualidad que el fundador proviniese de la Inglaterra victoriana, aquélla que extendió su religión y la sumisión a la corona por medio mundo, a través del Imperio), y además de tener tranquilos a los lugareños, consigue que produzcan más y mejor (una cínica mezcla de Marx, Enrique VIII y Henry Ford). Una población que se rige por una religión inútil y arcaica, por la que son capaces de cometer atrocidades con la conciencia completamente tranquila. Ésta es la crítica feroz que Shaffer hace a Gran Bretaña

Ahora sólo queda esperar que algún distribuidor un poco menos ignorante (y no más ladrón) de lo habitual tenga un rapto de inspiración y comercialice esta película en España, con el cuidado que merece (es decir, una edición con extras dignos de tal nombre, como la espléndida edición estadounidense de Anchor Bay), y sin timarnos demasiado (demasiadas películas "de culto" hemos padecido y padecemos con precios escandalosamente altos). Luego se quejarán de que pirateamos.